Desde hace muchos años observo cómo uno de los problemas a los que nos vemos sometidos es la falta de precisión cuando vamos a opinar sobre un determinado tema. Hay quienes tienen una idea definida sobre los temas fundamentales de la vida, pero también hay quienes tienen opiniones erróneas sobre éstos, por falta de formación o por errores conceptuales o de aprenciación. A todos ellos hay que sumar, además, un nuevo grupo que simplemente no tiene una opinión, es más, carece de ella porque no quiere tenerla («afirman»). Como podéis imaginar, esto es más que peligroso.
El origen de esto es multicausal, pero me preocupa que en la llamada era de información (llamarla era del conocimiento es tan pretensioso que no voy a hacerlo en este momento, pues sería una pretensión infundada e imprecisa) muchas personas carezcan de elementos de juicio suficientes porque no saben definir una situación, o no saben dónde acudir para resolver esta cuestión que afecta a la descripción de fenómenos nuevos, o novedosos, o poco comunes como para que formen parte de fuentes del tipo libros, revistas o electrónicas, cada vez más usadas éstas, en donde acudir con agilidad y resolver la duda.