Es frustrante comprobar cómo determinadas materias de formación de los docentes no recurren más que a contenidos históricos o teóricos sin apenas dotarlos de sentido, por ejemplo, lo que apuntó tal autor, lo que dijo tal otro. Es posible que la crisis de la formación docente esté unida a la crisis estructural de la escuela como espacio de formación y la de los sistemas educativos modernos como contenido y forma que hemos dado desde hace varios siglos a la respuesta a la pregunta “¿cómo educar?». Pero, mientras llega una transformación del sistema educativo, hay maneras de validar una escuela y otorgar elementos de una nueva identidad al docente.
A continuación proponemos algunos ejemplos que pueden ser incorporados en la formación de profesores -son propuestas para la formación docente porque en su mayoría estos aspectos están ausentes de la misma, y siendo tan importantes ¿cómo es que no están? La pregunta de, ¿cómo se hace esto en la práctica?, lo único que hace es demostrar la ausencia de estos elementos en el proceso formativo de los profesores, lo cual es lamentable y no lleva más que trasladar la responsabilidad a los programas de formación.
- Aprender a establecer metas: perseverancia, hábitos de estudio, autoestima, metacognición, etc; siendo su principal objetivo que el alumno construya habilidades para lograr su plena autonomía.
- Regular los aprendizajes, favorecer y evaluar los progresos: su tarea principal es organizar el contexto en el que se ha de desarrollar el sujeto, facilitando su interacción con los materiales y el trabajo colaborativo.
- Fomentar el logro de aprendizajes significativos, transferibles, etc.
- Fomentar la búsqueda de la novedad: curiosidad intelectual, originalidad, pensamiento convergente, creatividad, indagación, etc.
- Potenciar el sentimiento de capacidad: autoimagen, interés por alcanzar nuevas metas, altas expectativas, etc.
- Compartir las experiencias de aprendizaje con los alumnos: discusión reflexiva, fomento de la empatía del grupo, etc.
- Desarrollar en los alumnos actitudes y valores positivos.
Es más que evidente que para que todo esto sea posible, desde el punto de vista de la evaluación habrá que dotar de instrumentos para darle sentido. Algo de coherencia falta en nuestro sistema cuando comprobamos que algunas de estas cosas aparecen en ciertos proyectos educativos, pero luego la evaluación no se “puede hacer cargo de ellas” por no estar bien contempladas en los programas.
Como afirma la Dra. Alma Dzib Goodin, “los maestros sí saben algo y bien claro: los niños aprenden cuando quieren, como quieren y lo que quieren, y no como los planes y programas indican, ni como el gobierno y los organismos internacionales indican, ni como los neurocientíficos escriben en sus revistas costosas”.
Hoy día necesitamos a nuestros docentes apropiarse del mejor conocimiento disponible sobre la educación, con capacidad autónoma para actualizarlo y recrearlo, esto requiere flexibilidad y un amplio abordaje desde el principio, como afirma el Dr. David Perkins de la Universidad de Harvard. No se trata de estudiar la Revolución Francesa sólo como un hecho del pasado, es necesario estudiarla como una lente para comprender el mundo contemporáneo, o el mundo futuro, o para comprender otros fragmentos de la historia. Esta es la cuestión clave.
Estamos ante un desafío cognitivo, pero también ante el planteamiento de una deseable vocación y compromiso afectivo con una tarea que es social y que tiene que ver con la formación de personas… porque recuerden, la meta de la educación no es hacer sino despertar personas (Emmanuel Mounier).