Desde la década de los sesenta del siglo XX se viene hablando, en sentido claro, de la crisis de la Universidad. Las turbulencias sociales y, también, universitarias desde el siglo XVIII y XIX –en España Fernando VII cerraba Universidades y abría Escuelas Taurinas, por ejemplo-, sumado a la visión de una nueva institución en donde el papel de la investigación se iba a convertir en preponderante, prepararían los umbrales de una Universidad renovada pero, también, en crisis constante por una dificultad permanente de búsqueda de identidad.
También el optimismo pedagógico tras la Segunda Guerra Mundial y el desarrollo económico de postguerra traen el nuevo fenómeno de una Universidad, por cuanto democrática, masificada: el acceso de capas sociales que antes no habían estado de manera masiva en la Universidad ahora se harán visibles por dos motivos: primero, estaban en la agenda política (se decía, ¿por qué el hijo del obrero no iba a estar en la Universidad en las mismas condiciones que el hijo del rico?) y, segundo, porque un mayor desarrollo económico y social permitirían más movimiento entre los miembros de la sociedad, se daba la transformación social con la “extensión y ampliación” de la llamada “clase media”, ésta iba a representar ya a la gran mayoría.
La segunda mitad del siglo XX, pues, y lo que llevamos de XXI, la Universidad se masifica llegando a cifras que llevan a la UNESCO en tiempos actuales a hablar de inflación de títulos universitarios, siendo necesarios más y más títulos (grado y postgrados) para tratar de garantizar un empleo. A esto se une la reciente afirmación de que ya los títulos universitarios no garantizan un empleo. Y aún más reciente la afirmación de que una parte de los empleos dentro de 20 años nada tendrá que ver con la formación que hoy reciben los universitarios, lo cual habla de la obsolescencia de los contenidos de formación.
No puede hablarse de que unos tengas más derecho que otros a la Universidad, la misma tiene que estar presidida por los principios de equidad e igualdad de derechos y oportunidades; pero la misma no puede transformarse por este hecho hasta convertirse en un lugar para la discusión sobre cuestiones elementales o aprender a leer y escribir, como a veces parece ocurrir, algo que debiera haberse aprendido en niveles anteriores (Educación Primaria y Secundaria), creo. Desde entonces las Universidades se habrán devaluado y desencializado y, por la presión exclusiva de intereses espurios, y siempre corremos el peligro de que así sea, llegar a ser una continuación de la escuela y, como mucho, una alta o mediana escuela de oficios.