Todo el sistema educativo está asumiendo la capacidad para la innovación y encarando una transformación hacia la mejora de la calidad. Bueno, al menos debiera ser así, no quiero pecar de optimista.
En ello, la colaboración, creatividad, habilidades personales, habilidades sociales, apertura al cambio, actitud de mejora, actitud creativa, flexibilidad, sensibilidad ante los problemas, sensibilidad ante los valores sociales, los nuevos intereses y aspiraciones los percibimos como necesarios para la sociedad de hoy, a través de sus profesionales y muy particularmente por medio de una adecuada incursión en el mundo educativo.
En la escuela, y éste es un tema que cada vez preocupa más, el proceso de cambio educativo, lejos de veleidades administrativas de control es -por naturaleza- dinámico y en parte impredecible. Después de varias décadas en muchas partes del mundo dedicadas a introducir cambios en el currículum y reformas más o menos generales de la enseñanza, y de analizar e investigar la vida de tales innovaciones, sabemos que es un proceso complejo, no dependiente sólo de voluntades individuales ni de alteraciones estructurales, que debe implicar a los miembros en dinámicas de trabajo y compromisos que capaciten al centro para autorrenovarse, con la esperanza de que puedan institucionalizarse, formando entonces parte de la cultura organizativa escolar.
Esta es la razón por la que los principios de calidad del sistema educativo deben pasar por el fomento y la promoción de la investigación, la creatividad y la innovación educativa, pero no de tapadillo, haciendo una apuesta seria de éstos en un contexto muy propicio para ello: las aulas.
El profesor de hoy, por las exigencias de su práctica, el escenario en el que actúa y las demandas del mismo, es un profesional que toma decisiones, flexible-libre de prejuicios (actitud de anteponerse y rectificar a tiempo), comprometido con su práctica (reflexiona sobre la misma y aporta elementos de mejora), que se convierte en un recurso más para el grupo.
Admitir, por tanto, toda esta situación exige plantear las necesidades del nuevo profesional de la enseñanza. Éste quedaría definido por las siguientes categorías: espíritu innovador, flexibilidad, trabajo en equipo, conocimientos tecnológicos, tener un sentido de la responsabilidad y el compromiso.
Pero, es cierto que todo este perfil docente integra una serie de conocimientos, capacidades, habilidades-destrezas y actitudes. Aquí el listado puede ser muy extenso, lo que no es óbice para concretar aquellos que en un principio se presentan como más relevantes:
Conocimiento del entorno: el profesor actual no puede limitarse en su actuación profesional a las cuatro paredes del aula, sino que necesita actuar a partir de la consideración de contextos más amplios (el centro educativo, el entorno social envolvente y el contexto social general) e interactuar con los mismos.
Capacidad reflexiva sobre la práctica: la reflexión es una necesidad en la innovación-investigación por cuanto la misma permite tener conciencia de cada uno de los pasos en el proceso.
Actitud autocrítica y evaluación profesional: la evaluación se convierte en el principal recurso para guiar la innovación-investigación, una evaluación entendida más como mecanismo de mejora y calidad de los procesos de cambio, que como control de los mismos.
Capacidad de adaptación a los cambios (flexibilidad): debe estar predispuesto a asumir el cambio como una constante de su actuación.
Tolerancia a la incertidumbre, al riesgo y la inseguridad: se caracteriza por superar las resistencias provocadas por el miedo al cambio, la incertidumbre que provoca, el riesgo que conlleva y la inseguridad personal y profesional derivada de los nuevos retos.
Capacidad de iniciativa y toma de decisiones: el profesor innovador-investigador tiene su propio protagonismo, ineludible, a la hora de afrontar el proceso de cambio. Ha de actuar bajo el presupuesto de la autonomía profesional y fundamentado en su capacidad reflexiva, crítica, evaluadora, que son los facilitadores de su acción.
Poder-autonomía para intervenir: la capacidad del propio profesional para poder acometer procesos de innovación y de investigación.
Trabajo en equipo: la innovación y la investigación, por su complejidad y sus implicaciones, al integrar proyectos comunes, exigen el trabajo en equipo tanto en su planificación como en su desarrollo y evaluación.
Voluntad de autoperfeccionamiento: su inconformismo le motiva a buscar nuevas formas de actuación en aras a la mejora de su práctica.
Compromiso ético profesional: si el profesor se siente comprometido ética y profesionalmente, podrá ser, no sólo capaz de implicarse en procesos de cambio, sino también acometerlos con éxito.
Si queremos alumnos que se asomen a la investigación, la innovación y la creatividad, éstas deberán estar precedidas de profesores que proyecten sobre sus alumnos espacios, tiempos, contenidos y caminos que las propicien.