La Universidad española necesita un hervor

¿QUÉ ES UN BUEN PROFESOR?

boring people

Es lamentable la situación en la que se encuentra la Universidad española, no me extraña que algunos políticos quieran acabar con ella y otros engañarla hasta clonarla en algo imposible.

Las debilidades de la Universidad probablemente nacen de la misma, pero han tomado carta de naturaleza desde la masificación que la caracteriza. La Universidad masificada ha sido motivo de análisis desde hace más de 30 años, pero siempre con el epígrafe, y exclusión de todo lo demás, de lo negativo que resultaba para la misma que ingentes capas sociales accedieran a sus espacios de una forma un tanto incontrolada, cuando antaño eran privilegiados entornos para sólo algunos, por cuanto que se producía un deterioro en la calidad por tener que bajar el nivel docente para adecuar tono y contenido a estos nuevos universitarios, se decía.

Recuerdo en los años 90 el debate sobre este tema en el programa de TV del fallecido Jesús Hermida, debate entre dos posiciones antagónicas protagonizadas por el premio Nobel de Literatura Camilo José Cela, partidario de la Universidad meritoria y la excelencia, que denunciaba el bajo nivel educativo como consecuencia de la universidad masificada -ponía el ejemplo de la cantidad de faltas de ortografía de los alumnos-, y Javier Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla y «creador» de las llamadas «caracolas» en la Facultad de Derecho en el año 1988, aquellos espacios prefabricados para albergar la demanda casi sin control de los estudiantes después de eliminar el límite de acceso. Pérez Royo se alineaba con la izquierda política, y se presentaba como amante de la llamada «democratización» de la Universidad cuya consecuencia fue, entre otras, la masificación de la misma, lo que en palabras de Cela suponía la bajada de la calidad educativa, en el sentido general de la expresión. Eran dos posiciones en las antípodas, ninguna conclusión más allá de dos modelos distintos, dos formas diferentes de entender la Universidad.

Esta discusión se ha mantenido más o menos en el tiempo, pero la pregunta sobre cómo la realidad de una Universidad masificada ha impactado en la calidad docente ha estado prácticamente ausente durante todo este tiempo, lamentable cuestión, tal vez consecuencia de la falta de autocrítica de la propia Universidad o, dicho de otra forma, ¡no iba a tirar la Universidad piedras en su propio tejado!

La falta de autocrítica o entender que la investigación era la más importante de las funciones docentes, implicaba desatender o menospreciar otras funciones vinculadas al profesor como las propiamente docentes. ¿Cuáles son ésas? Teniendo en cuenta que las funciones universitarias se resumen en tres: promover la cultura de excelencia, crear y transmitir nuevo conocimiento y enseñar una profesión, es evidente que los docentes deben vehicular las tres de manera ejemplar. Si crear y transmitir nuevo conocimiento se ha convertido en algo hegemónico, no es menos cierto que las otras dos funciones de la Universidad se nos presentan hoy como las hermanas pobres de la misma, siempre en sentido general.

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De forma resumida, ¿cuáles son algunas de las competencias derivadas de esas dos «hermanitas pobres» que son tan necesarias en la Universidad? Todo buen profesor es paciente, alegre, promueve el trabajo en equipo, improvisa, motiva, es creativo, optimista, observador, afectivo, perseverante, tolerante, sociable, respetuoso, reflexivo y crítico, empático y, desde luego, buen comunicador.

¡La comunicación tiene tanta importancia! Un profesor tiene que dominar las distintas formas de comunicación, sus palabras tienen que vehicularse con ciencia, pasión y mucha pedagogía, teniendo en cuenta que deben transmitir conocimiento y persuadir al que aprende hasta conseguir que le supere en ciencia y don, la comunicación eficaz llega a ser la herramienta más importante.

Los profesores que más huella han dejado siempre han sido aquellos que acumulan conocimientos, pasión, carisma y, siento repetirme, mucha capacidad de comunicación, con esa mezcla de emociones y sentido transformador que termina por provocar la esperada frase del educando (o llámale como quieras): conecto con mi profesor.

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