Se admite cada vez con menos cautela que, junto al desarrollo progresivo de carácter científico-tecnológico, no ha tenido lugar un paralelo desarrollo humanístico en general, no sólo en el ámbito universitario, también en todos los órdenes sociales y culturales. Nunca se ha sabido tanto, el hombre -en general- “tiene” más, pero cabe reflexionar y plantearse si “es” más o mejor.
La situación está provocada por variadas cuestiones, una de ellas está relacionada con el qué y el cómo enseñamos. Es un error pensar que la enseñanza, también la superior, debe estar sólo para transmitir fórmulas, datos y fechas históricas. Debe enseñar a pensar de manera crítica más que a reproducir, a crear más que a archivar y atiborrar y embotar la mente de nuestros jóvenes con información en muchos casos inútil. El modelo de un sistema educativo exclusivamente transmisor de información útil y de conocimientos científico-técnicos cada vez más especializados, pero incapaz de formar a personas responsables dentro de la sociedad, también ha fracasado. La transmisión de información no es un aspecto negativo, hacerlo en exclusiva y, en muchos casos, sin profundidad, sí ha resultado ser un fiasco.
La Universidad, como institución longeva que es, desde su andadura formativa allá por los siglos XII y XIII, se comporta como una institución que continúa persiguiendo y desempeñando el “mismo” papel para el conocimiento, la cultura y las profesiones. Sin embargo, la Universidad también se ha visto abocada a lo largo de su historia a determinadas crisis.
Más allá de sus logros, que son muchos y evidentes, dentro de la institución se contempla no pocas veces cómo la custodia de la cultura casi ha desaparecido, no digamos ya su fomento y desarrollo; cómo la investigación científica es muy deficiente y sus planteamientos débiles, sobre todo si nos circunscribimos a las áreas de conocimiento pertenecientes a las ciencias humanas y sociales; y cómo la Universidad se ha consagrado en casi una “Alta Escuela de Oficios”, proscribiendo los demás fines legítimos y necesarios de la institución.
Los tradicionales fines a los que se ha dedicado de manera desigual la Universidad desde los tiempos medievales (formación cultural y humana, dedicación a la investigación científica y enseñanza de una profesión) se han desarrollado incesantemente con el impulso más o menos programado de los gobiernos, en un afán de competición entre naciones, por educar a las clases dirigentes o, simplemente, por desarrollar con carácter de excelencia la misión de la Universidad como constelación de los más variados fines y los nuevos modos en que generamos y difundimos el conocimiento.
Pero, esta institución que heredó los altos valores de la cultura, la ciencia y determinadas profesiones, ha entrado en un tiempo de revisión en donde deben corregirse ciertas tendencias y aclarar los propósitos de la nueva Universidad para el siglo iniciado.
En este sentido, el papel que juega el nuevo modo de producción de conocimiento, el contenido del mismo y la manera en que se enseña, están haciendo surgir desde ciertos rincones de la Universidad y desde una parte de la sociedad misma algunas de las siguientes preguntas: ¿pueden adaptarse las viejas y las nuevas Universidades a las nuevas demandas y condiciones? ¿Qué aspecto tendría una adaptación llevada a cabo con éxito? ¿Qué tipo de intereses han de ser contemplados para que de verdad pueda legitimarse el cambio en la Universidad? ¿Qué ocurre con el fenómeno de la internacionalización de las Universidades y el papel que en ello tiene el conocimiento? ¿Qué papel representa la Universidad y la enseñanza en la era de las tecnologías de la información y comunicación?
En esto, los problemas del nuevo conocimiento y la reflexión sobre la misión de la Universidad, son ejes fundamentales para entender que la institución medieval tiene que jugar un papel decisivo hoy y siempre.
Esta es la Universidad de los retos, que debe aclarar su futuro y que debe permanecer en todo momento actualizada para no perder el ritmo de su naturaleza. Hoy la Universidad no es ajena a las tecnologías de la información y la comunicación. Nadie duda que actualmente en todos los contextos educativos con la expansión de las nuevas tecnologías e Internet nos enfrentamos a nuevos retos, que tienen sus consecuencias en los procesos de enseñanza-aprendizaje y por consiguiente en los roles de los docentes y del alumnado. Este desarrollo tecnológico está introduciendo también cambios muy significativos en la concepción del sujeto y en el conocimiento y está transformando la estructura y organización del espacio y del tiempo.
Nuestra época se tilda de cybernética, virtual o digital. Así, la introducción en las aulas universitarias de las tecnologías de la información y la comunicación puede representar una renovación sustantiva o transformación de los fines y métodos tanto de las formas organizativas como de los procesos de enseñanza y aprendizaje en todo el conjunto de la Educación Superior. Pero, es necesario el uso de una perspectiva adecuada.