CAPACES DE SUPERAR LA INCERTIDUMBRE, COMBATIR EL DESÁNIMO…
La formación permanente del profesorado debería ser un Derecho Universal Humano expresado con la solemnidad necesaria. Una lectura detenida de la historia de la educación y una interpretación rigurosa del presente educativo no sólo lo aconseja, lo pide a gritos. ¿Por qué? Daré unos sencillos argumentos, la justificación es necesaria y sencilla, porque la educación es cosa de todos, de expertos y, también, de padres y madres de familia, de la sociedad al completo, pues nos jugamos mucho.
No sólo expertos, también padres y madres, políticos, periodistas, profesorado, la sociedad al completo, cada vez es más consciente de la importancia de una buena formación, de estar a la última ante las demandas sociales que crecen a mayor velocidad que, desde luego, la respuesta que desde las escuelas se da a las mismas…
Se dice que un tercio de las profesiones del futuro no han sido creadas aún, no existen, y que una parte de las existentes están en un grado de obsolescencia preocupante, sobre todo al comprobar que ante lo que viene, aún desconocido, los centros de formación de niños y jóvenes no están haciendo frente a este desafío de una manera conveniente. Es decir, una parte del futuro es incierto y sólo una educación basada en la innovación y en la actualización permanente será capaz de ser consecuente con este reto.
La incertidumbre es un ingrediente natural de la vida. Somos incapaces de predecir el futuro, al menos completamente. La escuela forma para el presente, pero también para el futuro. Siendo así, un cierto inmovilismo se ha observado en muchas ocasiones a lo largo de la historia, tal vez ante la falta de una idea realmente clara sobre para qué educamos (de la forma que lo hacemos hoy) y cuál es el consiguiente proyecto que tenemos que ofrecer a las nuevas generaciones.
Inmovilismo habitualmente es sinónimo de conservadurismo, lo que implica en la escuela mantener hasta resultar cansino prácticas y contenidos educativos en contextos donde la incertidumbre y la transformación permanente fuera de la misma son la moneda de cambio.
Se ha dicho, entonces y por muchas ocasiones, que el dinamismo de la vida va por delante del tempo y del compás de una escuela que no termina de adaptarse a esos ritmos vitales que cambian incesantemente. Esto genera el mayor de los tufos de obsolescencia conocidos.
Sólo existe, pues, una medicina, la terapia con que revestir a la escuela de la condición perfecta, dado que su naturaleza ya le permite presentarse como el lugar idóneo para formar a las generaciones presentes y futuras. Esta medicina es la formación permanente y la innovación deseada, con ella somos capaces de superar la incertidumbre, combatir la rutina, generar optimismo pedagógico, activar a las personas para alcanzar mejores objetivos. Siendo así, ¿por qué tantas resistencias?
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