¿Cuándo aprendimos a tomar decisiones?

La respuesta a esta pregunta está a caballo entre lo absurdo y afirmar «no lo recuerdo». Ciertamente en la casi totalidad de las ocasiones responder a esta cuestión será un imposible. Haz la prueba.

Pero, ¿es importante pensar en ello? ¿Qué pasaría si te digo que los emprendedores son expertos en la toma de decisiones? O sea, ¿puedes ser emprendedor y no ser capaz de tomar decisiones rápidas, viables, ágiles, reflexivas, valientes? Poco probable que lo seas.

Lo primero, tal vez, es tratar de reflexionar sobre los acontecimientos que en tu vida te permitieron aprender a tomar decisiones. Tal vez en tu tiempo escolar o universitario, quizás en el seno de la familia, puede que durante experiencias dulces o traumáticas a lo largo de tu vida adulta. Espera, me refiero a decisiones importantes, de calado, no si tomaste de postre yogur o fruta… aunque todo sumó durante años.

En todas las ocasiones en donde tuviste que ejercer como «persona que decide», el factor más importante que acompañaba a la decisión fue la autonomía. En la simpleza de este esquema te diré que fue el elemento esencial, decisivo: verte al frente del acontecimiento, del lado de tu experiencia, siempre personal, y enfrentarte tú sólo al resultado de tus decisiones, con la posibilidad de un sonado fracaso y la realidad de un golpe vital ante el mismo.

Si nunca te viste con la capacidad suficiente de decidir por ti mismo, es lógico que ahora construyas alrededor de tus decisiones un muro donde la prudencia es confundida con la falta de energía y la reflexión es convertida en la actitud de posponer la decisión, hasta encontrar un momento que, lógicamente,  nunca llega.

Permítete fracasar pronto, no porque como emprendedor te guste inmolarte, más bien porque te gusta decidir ágilmente o, lo que es lo mismo, aprender permanentemente. Si quieres ser más decide pronto. ¡Hazlo ahora!

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