Mucho se ha escrito sobre la buena y la mala educación. Hoy proliferan algunos títulos sugerentes sobre el tema, tratando siempre de conseguir adhesiones a la causa que se defiende.
Algunos temas concretos permiten ejemplificar el debate. A la respuesta a la pregunta ¿cómo evaluar?, pregunta elemental en educación, la ortodoxia pedagógica y docente responde de forma unilateral: “a través de los exámenes”. Si bien esto es así, poco a poco se abre una brecha en esta cuestión con todos aquellos que consideran, de una forma más abierta, que no hay un instrumento o sistema dogmático con el que podamos conseguir ni asegurar el aprendizaje del alumnado de forma unívoca. A las pruebas hay que remitirse.
Sobre esto hay un medio debate, de forma que, por otro lado, ayuda a entender más la cuestión el caer en la cuenta de cuánto mal produce en algunos alumnos un tipo de evaluación donde el examen tiene la única palabra. De ahí una parte de los cadáveres de la educación.
Hay quien tiene el deseo de aprender destruido como consecuencia de una forma de evaluación donde el examen es hegemónico, dogmático y, en algunos casos, hasta cruel. En un estudio que realizó mi colega la Dra. Alma Dzib Goodin se concluye que a partir del segundo semestre de la Educación Primaria, algunos alumnos comienzan a mostrar signos de ansiedad ante los exámenes.
¿Cómo se manifiesta esta ansiedad?
Alma Dzib afirma que se puede observar en los niños reacciones emocionales negativas, manifestadas como miedo irracional y anticipatorio, que produce respuestas fisiológicas como aumento de la presión arterial, taquicardia, dolor de estómago y, en algunos casos, desajustes estomacales, antes del examen y durante el mismo. Incluso en casos severos se habla de fobia a los exámenes (testfobia).
Tanto en la ansiedad como en la fobia, los efectos sobre la memoria, la atención y la comprensión, a lo que añado, el interés y la motivación, pueden ser muy negativos.
Como bien explica esta colega, los padres hacemos de correa de transmisión de esta angustia que viene de lo escolar. Al no tolerar el “fracaso”, trasladamos a nuestros hijos una forma de “tortura” durante la infancia, la adolescencia y la juventud que nada tiene que ver con el aprendizaje.
Cuánto talento perdido
Exámenes y “otras formas de tortura” son legión que deja cadáveres por el camino de la vida… escolar. Niños y niñas no pueden decidir qué hacer hasta los 16 años distinto a ir a la escuela. Durante largos años tienen que asumir los efectos de los exámenes, los deberes, pésimamente entendidos en muchos casos, los contenidos que “tienen que aprender” y los objetivos que tienen que conseguir. Tienen, igualmente, que recibir el impacto de las inequívocas malas artes (nadie les enseñó lo contrario) que muchos docentes emplean cuando se comunican con los alumnos. Pocos profesores entienden las diferentes formas de inteligencia existentes dentro del aula y el consiguiente valor del aprendizaje personalizado.
Casi ninguno ha sido formado sobre el significado profundo de la motivación personal, elemento esencial para aprender, ni las estrategias con que desarrollarla para que madure correctamente la persona del educando. Es triste escuchar, soy testigo de ello, cómo un profesor decía: “este alumno va a aprender por lo civil o por lo criminal” (enero 2017).
Los cadáveres de la educación han sido muchos a lo largo de la historia. Lo siguen siendo hoy. Tienen nombres y apellidos, les ponemos rostro. Son nuestros parientes, alumnos, conocidos. Sentimos pena, pero poco hacemos por cambiar esto que parece el destino, el destino de ver cuánto talento perdido. Una lástima.