Me gusta eso de ser autónomo, me dijo mi hijo

Esto fue lo que me respondió mi hijo de 12 años, justo antes de irse a la cama, a modo de despedida, a modo de buenas noches.

Y se fue de manera distinta a otras noches, pensativo, satisfecho, feliz.

 

¿Es importante la autonomía?

Se dice que uno de los fines de la educación es precisamente el logro de la autonomía. A esto, si quieres, añade todo lo demás: conocimientos, destrezas, valores, aprendizajes varios, actitudes y hábitos. Pero, también la autonomía. La autonomía es un fin, pero como todo lo bueno de la educación, se aprende siendo…

Contribuir a que niños y niñas sean autónomos es la mejor manera de que pronto aprendan a gestionar y regular sus propios aprendizajes.

Mucho de lo que se hace en la escuela, y se tiene que hacer también en casa, debe servir para que niños y niñas se conviertan en personas autónomas.

Por ejemplo, cada vez que se manda una tarea para casa, los famosos deberes, lo más importante no es el hecho de hacerla, sino que niños y niñas se acostumbren a trabajar solos. El día tiene 24 horas. 8 la pasan en muchos colegios. ¿Puede pensarse que estén dos o tres horas haciendo los deberes una vez que lleguen a casa? ¿Qué han hecho en el colegio? ¿Cuál es el sentido profundo, entonces, que los deberes pueden tener? Habitualmente olvidamos que uno, el más importante, de los beneficios de los deberes es que niños y niñas se acostumbren a trabajar solos, resolviendo problemas solos, dejando lo que no saben hacer cuando lo intentan solos… y al día siguiente ver con el especialista, su profesor, lo que han hecho, lo que no han hecho, lo que han hecho bien y lo que han hecho mal. De ahí sacar una gran lección. Y mañana, vuelta a empezar, a apuntalar la autonomía.

Pero esto no suele ocurrir así. En muchas ocasiones, las tareas son complicadas y padres y madres están pendientes, cuando pueden hacerlo, y terminan convirtiéndose en momentos desesperantes para que sus hijos acaben la misma. Se va viendo: los niños no han aprendido a ser autónomos. Para que los deberes proyecten todo su potencial como entrenamiento para la autonomía, debe haber reglas claras en este sentido, y complicidad entre maestros y padres. Ninguna de estas dos cosas suele ocurrir.

Por otro lado, pedir que los niños hagan cosas en casa, solos, es una de las mejores maneras de formarlos. Para esto no hay edad. Me contaba el otro día un amigo cómo su hijo de 7 años se preparaba el desayuno él solo, se hacía su tortilla él solo, que incluye batir el huevo, ponerle sal, poner el fuego y darle forma a la tortilla, de hacerle el café a su hermana mayor (de 18 años), hacer su cama, etc. Alguno me dirá que hay millones de personas en todo el mundo que hacen esto. Y es cierto. Yo he conocido muchas de ellas, dentro y fuera de España. Pero es triste ver cómo hay tantos que no llegan a esto, simplemente porque siempre han tenido a alguien que se lo haga. Y, lógicamente, todo lo que hacemos y dejamos de hacer deja una determinada huella…

Es decir, cada vez que hay alguna tarea que niños y niñas pueden hacer solos en casa, siempre hay uno de los padres, o los dos, que terminan haciéndola. En un clima de algodones en el que nuestras generaciones se han criado, esa actitud siembra el peor de los augurios para el futuro, personal y como sociedad.

 

Fomento de la falta de autonomía

Tanto la escuela, como la familia, como la política misma están llenas de ejemplos de esta falta de su autonomía y su fomento.

El fomento de la autonomía nos hace seres críticos e independientes, libres de las muletas de papá-familia y mamá-Estado, en cualquiera de sus formas.

Pero ocurre que en sociedades como la nuestra, un determinado rol de las familias y el Estado pendientes de que nada nos falte, acostumbrando a las personas a todos los derechos posibles y pocas responsabilidades, supone un potencial peligro. Una buena parte de lo que se nos da desde la familia, la escuela y cualquiera de las instancias del propio Estado está «mascadito» hasta el punto que no tenemos que esforzarnos por conseguirlo. Esta situación se ha enmascarado de derechos, de obligado cumplimiento de esos terceros hacia nosotros. El resultado es que muchas personas y la sociedad en su conjunto se convierten en dependientes por derecho.

En esa situación de falta de independencia, la creatividad, la innovación y el libre emprendimiento brillan por su ausencia. Y esto supone un grave problema, porque esperamos que las cosas «nos vengan del cielo».

Otro día analizaremos las implicaciones tan profundas que esto tiene para el emprendimiento y, en definitiva, desde la política. Pero ahora, unas breves líneas. Digamos que unos por desconocimiento, otros porque militan en la causa de su fulminación, el trabajo a favor de la autonomía, que en el fondo es lo mismo que la lucha a favor de la libertad, atraviesa un mal momento. Aquellos a los que no les gusta la autonomía y la libertad no creen en las personas, solo en la sociedad, en lo colectivo. Por eso dicen que el Estado es más importante que los individuos. Esta última opción está cargada de estatismo y totalitarismo. La historia también está llena de ejemplos, que cada varias generaciones se olvidan, y volvemos a repetir.

Por eso, si en el contexto de esta crisis del COVID-19 muchos niños y niñas aprenden a ser más autónomos, gestionar sus propios aprendizajes y resolver sus propios problemas, haciendo un uso de las Tecnologías de la Información y Comunicación cada vez más eficaz, entonces se habrá dado un gran paso adelante.

El tiempo lo dirá.

 

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